El Tawhid es la esencia misma del Islam y su clave.
Es una palabra que designa el sentido que tiene el musulmán
de la Unidad y Unicidad de su Señor.
Tiene un trasfondo radical: sólo Allah es relevante,
Y lo que no es Él es una quimera fugaz.
Tawhid (Tawhid) viene de la palabra Wahid, que significa Uno, y así se dice: Allah Wahid, Allah (es) Uno. Es un nombre de acción que designa el acto de ‘hacer que algo sea uno’, ‘reducir a una unidad estricta’, ‘reunificar’. Tawhid quiere decir, por lo tanto, Unidad y Reunificación.
El término Tawhid se usa en dos sentidos:
Es una palabra que designa el sentido que tiene el musulmán
de la Unidad y Unicidad de su Señor.
Tiene un trasfondo radical: sólo Allah es relevante,
Y lo que no es Él es una quimera fugaz.
Tawhid (Tawhid) viene de la palabra Wahid, que significa Uno, y así se dice: Allah Wahid, Allah (es) Uno. Es un nombre de acción que designa el acto de ‘hacer que algo sea uno’, ‘reducir a una unidad estricta’, ‘reunificar’. Tawhid quiere decir, por lo tanto, Unidad y Reunificación.
El término Tawhid se usa en dos sentidos:
1. En primer lugar, sirve de nombre para la enseñanza fundamental del Islam expresada en una fórmula básica que afirma que ‘no hay más Verdad que Allah’ (la ilaha illa llah).Es decir, sólo en manos de Allah está el ser, el sentido y el destino de cada criatura y del universo entero.
2. En segundo lugar, el Tawhid es la senda que sigue el musulmán para comprender lo que significa realmente esa enseñanza básica. No se trata de una simple doctrina, sino que es necesario verificarla. Todo el Islam es la orientación del ser humano hacia esa meta, Tawhid consiste, por tanto, en el descubrimiento progresivo de la Unidad y Unicidad de Allah en un proceso constante de demolición de ídolos. El musulmán va ‘reunificando’ a Allah en su conciencia hasta contemplarlo como radicalmente Uno, sin asociación alguna a esa Unidad real y excluyente. Y a la vez, en el seno de ese mismo proceso, el musulmán se va reunificando a si mismo ante su Señor Verdadero. Se trata de alcanzar la cumbre en la que el hombre es uno frente a su Creador Único.
El Tawhid tiene dos consecuencias, una a un nivel superficial y otra que afecta al musulmán en lo más profundo de sí mismo; ahora bien ambos resultados son complementarios y simultáneos.
1. En el primer nivel, se trata de la comprensión intelectual de lo que significa la fórmula la ilaha illa llah, no hay más Verdad que Allah. Es decir, no hay fuerza ni poder más que en Allá, sólo Allah es efectivo. Y esta certeza genera una acción que es la del rechazo a todos los ídolos que el ser humano sea capaz de concebir. A este nivel, el Tawhid transforma el mundo del musulmán. El musulmán deposita totalmente su confianza en lo que le da la vida y se la mantiene en cada instante, en su Señor interior que lo sostiene y rige de forma misteriosa, equilibrada y eficaz. Esta confianza implica un rechazo inmediato a toda forma de idolatría, culto a las imágenes o a las personas, relativización del poder, abandono de la superstición, negación a todo intento de institucionalizar la espiritualidad, desacralización del universo (que no implica que las cosas sean intrascendentes: lo son porque traducen a Allah y por ello están impregnadas de espiritualidad o báraka, pero en si sólo son reflejos cuya fuerza está en lo que Allah hace con ellas, y no en sí mismas), etc.
2. En un segundo nivel, el tawhid implica lo más hondo del propio ser humano, su universo interior, pues exige de una transformación absoluta. Ir reconociendo lo que significa que Allah es Uno en toda la extensión de la palabra impone al hombre la reunificación de su propio ser que se extingue ante la emergencia de la sabiduría que le va mostrando el sentido último de esa afirmación. El ser humano renace de esa muerte en Allah convertido en una realidad universal y a la vez singular que, al eliminar la idolatría, hace infinitos sus horizontes al desaparecer ante él todos los limites que antes lo encerraban y encerraban lo que le rodeaba en la mentira de una supuesta autonomía y aislamiento de los seres. El todo es reunificado en la Unidad de Allah y relanzado hacia el infinito.
El término Tawhid, por tanto, tiene dos significados, uno exterior y otro interior, y cada uno de esos significados desencadena acciones, que a su vez son interiores o exteriores. En el primer caso designa una enseñanza formal que exige un entendimiento razonado que es traducido en una acción desidolatrizante. En el segundo caso, es una actitud espiritual que solicita la intervención del corazón para integrarlo en la Unidad de su Señor.
Traducir Tawhíd por monoteísmo, como se hace habitualmente, es traicionar descaradamente su significado y reducirlo a los pobres recursos de una mentalidad que jamás escapa del dualismo y la consiguiente visión idolátrica de cuanto existe. El monoteísmo consiste en el reconocimiento de la existencia objetiva de un dios aislado entre criaturas definitivas, y en ese dato se consumen todas sus expectativas, exigiendo la asistencia de la fe para mantener esa afirmación siempre injustificada, mientras que el Tawhid es pura acción transformante cuyo objeto es la comprensión y saboreo de lo que significa la Unidad que sostiene a cuanto existe. En realidad, Tawhid y monoteísmo se excluyen por sus principios y sus resultados. Mientras que el Tawhid hace -del abismo que abre ante el ser humano la posibilidad de una ahondamiento en la Verdad, el monoteísmo busca repuestas supuestamente satisfactorias para preguntas artificiales (los tópicos ¿qué somos?¿de dónde venimos?¿a dónde vamos?) y encerrando las posibilidades del ser humano en los círculos viciosos que genera ese discurso inoperante. Dios es una explicación y Allah es un desafío.
El monoteísmo nace de un extraño maridaje entre la mente racionalista de los griegos y las espiritualidades semíticas con el puente cristiano que se ampara del mundo grecolatino sin poder renunciar del todo a sus orígenes. Estos dos mundos se entremezclan y se excluyen de modo confuso dando lugar a una nueva visión de la existencia en la que existen grandes lagunas por lo conflictivo de ese encuentro acrítico. La historia dará primacía a algunos de esos mundos, el griego racional o el oriental semítico, dependiendo de diversas circunstancias, y nos encontramos fluctuando con la mística o el materialismo como extremos irreconciliables. Es más, por la evolución y hegemonía actual de Occidente se pretende dar a esos valores un carácter universal del que carecen en realidad, aumentando la confusión al analizar desde ellos otras culturas y otras espiritualidades.
Lo Absoluto en el Tawhid, Allah, es un reto lanzado al carácter abismal del espíritu humano, y ese desafío reclama la confluencia de todos los aspectos de la personalidad. En lugar de intentar colmarlo, al musulmán se le exige aceptar el reto que le lanza su propio ser, y por ello el Islam ofrece como meta la profundidad sin fondo de todo lo que puede ser imaginado en un constante acto de desidolatrización. En lugar de detener ese proceso en ningún dios, invita al musulmán a aceptar la radicalidad de su propia exigencia es espiritual que no se sacia nunca definitivamente en nada. Eso es el Tawhid.
A la senda que se sigue en esa peregrinación se la llama Islam, que consiste en una incondicionada rendición ante Allah. No es sumisión a una voluntad exterior sino una actitud existencial por la que el ser humano orienta hacia la Verdad esencial todo lo que es y se sabe insuficiente para asimilarla y apoderarse de ella: su actitud es la de vivirla. Por ello, el musulmán se entrega a Allah rendido, es decir, como múslim. No se trata de dos polos que se oponen sino de la constatación y vivencia del propio ser como algo que trasciende necesariamente todos los límites que quisiéramos imponerle. Con ello empieza el Islam que nos invita a sumergirnos en intuiciones ancestrales del hombre.
Desde la primera Revelación, el Wahy, hasta la Hégira, la Hiyra, transcurrieron trece años. Durante ese extenso periodo, la Generación por excelencia del Islam, el Sálaf, fue conformada por Rasulullah s.a.s.) en un sólo tema: el Tawhid. Durante todo ese tiempo, e! Corán fue asentando las bases del Islam sobre la firmeza de la concepción unitaria de la existencia. Que Allah no es uno no era presentado como una doctrina, no era un dato, era algo que había que asumir, algo en lo que había que templar la personalidad de los primeros musulmanes, los Sahaba. El Tawhid, la Unidad de Allah, debía pasar a formar parte de sus naturalezas, ser parte de sus percepciones biológicas, como si fuera la recuperación de una capacidad implícita en los genes.
A esta empresa el Islam dedicó sus primeros trece años, y sólo a partir de entonces acometió el proyecto de la creación de una Nación. Sólo una vez derrotada la idolatría en los corazones de los primeros musulmanes, éstos podrían desarrollar una nueva civilización. Sólo así fueron capaces de intuir nuevos vínculos con el universo y con los seres, y fueron capaces de imaginar un mundo sin ídolos.
En esos tiempos, las regiones más fértiles de la Península árabe estaban en manos de extranjeros: al norte, los bizantinos ocupaban amplias zonas y dominaban las rutas comerciales; al sur, el Yemen estaba en manos de los persas o de los abisinios. No quedaban para los árabes más que los desiertos del Hiyaç, Tihama y el Nayd.
Con su indiscutible genio político, nada hubiera resultado más fácil a Muhammad (s.a.s.) que el unir bajo su mando a las desperdigadas tribus árabes y lanzarlas contra los ocupadores. No hubiese tenido que enfrentarse con su gente ni soportar humillaciones. Fácil hubiese sido aprovechar la simiente del descontento ‘nacionalista’ árabe. Con ello hubiera podido crear una nación ‘árabe’ Y sin duda así hubiese sido de ser ésa su ambición. Incluso hablando de tácticas, podría haber preferido tener, en primer lugar, unificados a los árabes, haberlos sometido a su poder e imponerles luego sus creencias. Pero a pesar de sus inconveniencias, prefirió enseñar a su pueblo que el poder reside exclusivamente en Allah: la ilaha illallah.
Por otro lado, el Islam apareció en una sociedad que no conocía la justicia. Sólo una pequeña minoría, en efecto, tenía en sus manos las finanzas y el comercio y practicaba la usura que multiplicaba sus ganancias. A su lado la gran mayoría se debatía en la necesidad y el hambre, siendo los que tenían que trabajar. Naturalmente, los que poseían las riquezas eran también los que detentaban el poder: eran comerciantes y aristócratas mientras que los pobres ni tenían fortuna ni honor.
Muhammad (s.a.s.) hubiera podido aprovechar ese desequilibrio para provocar una especie de revolución social. Con su habilidad, de la que nadie duda, habría dividido en dos la sociedad árabe, enfrentando a ricos y pobres, a débiles y poderosos; sin duda, su gente hubiera entendido mejor un reclamo como éste. Tácticamente, le hubiera convenido ganarse primero a la mayoría, y más tarde, imponer sin dificultades sus opiniones una vez obtenido el poder. O bien, dejarse sobornar por los poderosos cuando éstos temieran su influencia sobre la mayoría y negociar con ellos hasta lograr algunas concesiones para sus puntos de vista. Pero en lugar de ser tan sensato prefirió enseñar a su pueblo que la riqueza pertenece exclusivamente a Allah: la ilaha illallah.
Finalmente, el Islam aparece en Arabia cuando el país atravesaba una total decadencia moral. La ignorancia y la barbarie eran causa de toda suerte de crímenes y atropellos.
Rasulullah (s.a.s.) hubiera podido aprovechar la fama de su integridad para librar un combate reformador para purificar la sociedad y establecer su moral y sus costumbres. Sin duda, había en la Península árabe almas rectas hostiles a esa degradación a la que se habían sometido sus conciudadanos. Hubieran sostenido la acción purificadora de Muhammad, logrando así un eco favorable que hubiera despejado favorablemente el terreno para, al final, imponer también sus opiniones. Pero en lugar de aprovechar su autoridad moral, prefirió enseñar que el saber y la rectitud sólo están en Allah: la ilaha illallah.
Habibullah (s.a.s.) enseñó que había que transformarse. No le servían los criterios comunes ni vendió su mensaje a ninguna estrategia. Puso toda su confianza en Allah y se encauzó por los caminos que El le señalaba sin importarle los prejuicios de sus contemporáneos, sin someterse a la ‘prudencia’ de sus razonamientos, sin venderse nunca. No se acomodó’ a su tiempo ni a su espacio. Pero nunca dejó de ser ‘realista’: esencialmente, era sabio. Su sabiduría no emergía del asentimiento a lo que se aceptaba, sino de una conciencia profunda que abarcaba los datos y aspiraba siempre a Allah encontrando su espacio natural en la grandeza de la Existencia, en la Unidad de Allah
2. En segundo lugar, el Tawhid es la senda que sigue el musulmán para comprender lo que significa realmente esa enseñanza básica. No se trata de una simple doctrina, sino que es necesario verificarla. Todo el Islam es la orientación del ser humano hacia esa meta, Tawhid consiste, por tanto, en el descubrimiento progresivo de la Unidad y Unicidad de Allah en un proceso constante de demolición de ídolos. El musulmán va ‘reunificando’ a Allah en su conciencia hasta contemplarlo como radicalmente Uno, sin asociación alguna a esa Unidad real y excluyente. Y a la vez, en el seno de ese mismo proceso, el musulmán se va reunificando a si mismo ante su Señor Verdadero. Se trata de alcanzar la cumbre en la que el hombre es uno frente a su Creador Único.
El Tawhid tiene dos consecuencias, una a un nivel superficial y otra que afecta al musulmán en lo más profundo de sí mismo; ahora bien ambos resultados son complementarios y simultáneos.
1. En el primer nivel, se trata de la comprensión intelectual de lo que significa la fórmula la ilaha illa llah, no hay más Verdad que Allah. Es decir, no hay fuerza ni poder más que en Allá, sólo Allah es efectivo. Y esta certeza genera una acción que es la del rechazo a todos los ídolos que el ser humano sea capaz de concebir. A este nivel, el Tawhid transforma el mundo del musulmán. El musulmán deposita totalmente su confianza en lo que le da la vida y se la mantiene en cada instante, en su Señor interior que lo sostiene y rige de forma misteriosa, equilibrada y eficaz. Esta confianza implica un rechazo inmediato a toda forma de idolatría, culto a las imágenes o a las personas, relativización del poder, abandono de la superstición, negación a todo intento de institucionalizar la espiritualidad, desacralización del universo (que no implica que las cosas sean intrascendentes: lo son porque traducen a Allah y por ello están impregnadas de espiritualidad o báraka, pero en si sólo son reflejos cuya fuerza está en lo que Allah hace con ellas, y no en sí mismas), etc.
2. En un segundo nivel, el tawhid implica lo más hondo del propio ser humano, su universo interior, pues exige de una transformación absoluta. Ir reconociendo lo que significa que Allah es Uno en toda la extensión de la palabra impone al hombre la reunificación de su propio ser que se extingue ante la emergencia de la sabiduría que le va mostrando el sentido último de esa afirmación. El ser humano renace de esa muerte en Allah convertido en una realidad universal y a la vez singular que, al eliminar la idolatría, hace infinitos sus horizontes al desaparecer ante él todos los limites que antes lo encerraban y encerraban lo que le rodeaba en la mentira de una supuesta autonomía y aislamiento de los seres. El todo es reunificado en la Unidad de Allah y relanzado hacia el infinito.
El término Tawhid, por tanto, tiene dos significados, uno exterior y otro interior, y cada uno de esos significados desencadena acciones, que a su vez son interiores o exteriores. En el primer caso designa una enseñanza formal que exige un entendimiento razonado que es traducido en una acción desidolatrizante. En el segundo caso, es una actitud espiritual que solicita la intervención del corazón para integrarlo en la Unidad de su Señor.
Traducir Tawhíd por monoteísmo, como se hace habitualmente, es traicionar descaradamente su significado y reducirlo a los pobres recursos de una mentalidad que jamás escapa del dualismo y la consiguiente visión idolátrica de cuanto existe. El monoteísmo consiste en el reconocimiento de la existencia objetiva de un dios aislado entre criaturas definitivas, y en ese dato se consumen todas sus expectativas, exigiendo la asistencia de la fe para mantener esa afirmación siempre injustificada, mientras que el Tawhid es pura acción transformante cuyo objeto es la comprensión y saboreo de lo que significa la Unidad que sostiene a cuanto existe. En realidad, Tawhid y monoteísmo se excluyen por sus principios y sus resultados. Mientras que el Tawhid hace -del abismo que abre ante el ser humano la posibilidad de una ahondamiento en la Verdad, el monoteísmo busca repuestas supuestamente satisfactorias para preguntas artificiales (los tópicos ¿qué somos?¿de dónde venimos?¿a dónde vamos?) y encerrando las posibilidades del ser humano en los círculos viciosos que genera ese discurso inoperante. Dios es una explicación y Allah es un desafío.
El monoteísmo nace de un extraño maridaje entre la mente racionalista de los griegos y las espiritualidades semíticas con el puente cristiano que se ampara del mundo grecolatino sin poder renunciar del todo a sus orígenes. Estos dos mundos se entremezclan y se excluyen de modo confuso dando lugar a una nueva visión de la existencia en la que existen grandes lagunas por lo conflictivo de ese encuentro acrítico. La historia dará primacía a algunos de esos mundos, el griego racional o el oriental semítico, dependiendo de diversas circunstancias, y nos encontramos fluctuando con la mística o el materialismo como extremos irreconciliables. Es más, por la evolución y hegemonía actual de Occidente se pretende dar a esos valores un carácter universal del que carecen en realidad, aumentando la confusión al analizar desde ellos otras culturas y otras espiritualidades.
Lo Absoluto en el Tawhid, Allah, es un reto lanzado al carácter abismal del espíritu humano, y ese desafío reclama la confluencia de todos los aspectos de la personalidad. En lugar de intentar colmarlo, al musulmán se le exige aceptar el reto que le lanza su propio ser, y por ello el Islam ofrece como meta la profundidad sin fondo de todo lo que puede ser imaginado en un constante acto de desidolatrización. En lugar de detener ese proceso en ningún dios, invita al musulmán a aceptar la radicalidad de su propia exigencia es espiritual que no se sacia nunca definitivamente en nada. Eso es el Tawhid.
A la senda que se sigue en esa peregrinación se la llama Islam, que consiste en una incondicionada rendición ante Allah. No es sumisión a una voluntad exterior sino una actitud existencial por la que el ser humano orienta hacia la Verdad esencial todo lo que es y se sabe insuficiente para asimilarla y apoderarse de ella: su actitud es la de vivirla. Por ello, el musulmán se entrega a Allah rendido, es decir, como múslim. No se trata de dos polos que se oponen sino de la constatación y vivencia del propio ser como algo que trasciende necesariamente todos los límites que quisiéramos imponerle. Con ello empieza el Islam que nos invita a sumergirnos en intuiciones ancestrales del hombre.
Desde la primera Revelación, el Wahy, hasta la Hégira, la Hiyra, transcurrieron trece años. Durante ese extenso periodo, la Generación por excelencia del Islam, el Sálaf, fue conformada por Rasulullah s.a.s.) en un sólo tema: el Tawhid. Durante todo ese tiempo, e! Corán fue asentando las bases del Islam sobre la firmeza de la concepción unitaria de la existencia. Que Allah no es uno no era presentado como una doctrina, no era un dato, era algo que había que asumir, algo en lo que había que templar la personalidad de los primeros musulmanes, los Sahaba. El Tawhid, la Unidad de Allah, debía pasar a formar parte de sus naturalezas, ser parte de sus percepciones biológicas, como si fuera la recuperación de una capacidad implícita en los genes.
A esta empresa el Islam dedicó sus primeros trece años, y sólo a partir de entonces acometió el proyecto de la creación de una Nación. Sólo una vez derrotada la idolatría en los corazones de los primeros musulmanes, éstos podrían desarrollar una nueva civilización. Sólo así fueron capaces de intuir nuevos vínculos con el universo y con los seres, y fueron capaces de imaginar un mundo sin ídolos.
En esos tiempos, las regiones más fértiles de la Península árabe estaban en manos de extranjeros: al norte, los bizantinos ocupaban amplias zonas y dominaban las rutas comerciales; al sur, el Yemen estaba en manos de los persas o de los abisinios. No quedaban para los árabes más que los desiertos del Hiyaç, Tihama y el Nayd.
Con su indiscutible genio político, nada hubiera resultado más fácil a Muhammad (s.a.s.) que el unir bajo su mando a las desperdigadas tribus árabes y lanzarlas contra los ocupadores. No hubiese tenido que enfrentarse con su gente ni soportar humillaciones. Fácil hubiese sido aprovechar la simiente del descontento ‘nacionalista’ árabe. Con ello hubiera podido crear una nación ‘árabe’ Y sin duda así hubiese sido de ser ésa su ambición. Incluso hablando de tácticas, podría haber preferido tener, en primer lugar, unificados a los árabes, haberlos sometido a su poder e imponerles luego sus creencias. Pero a pesar de sus inconveniencias, prefirió enseñar a su pueblo que el poder reside exclusivamente en Allah: la ilaha illallah.
Por otro lado, el Islam apareció en una sociedad que no conocía la justicia. Sólo una pequeña minoría, en efecto, tenía en sus manos las finanzas y el comercio y practicaba la usura que multiplicaba sus ganancias. A su lado la gran mayoría se debatía en la necesidad y el hambre, siendo los que tenían que trabajar. Naturalmente, los que poseían las riquezas eran también los que detentaban el poder: eran comerciantes y aristócratas mientras que los pobres ni tenían fortuna ni honor.
Muhammad (s.a.s.) hubiera podido aprovechar ese desequilibrio para provocar una especie de revolución social. Con su habilidad, de la que nadie duda, habría dividido en dos la sociedad árabe, enfrentando a ricos y pobres, a débiles y poderosos; sin duda, su gente hubiera entendido mejor un reclamo como éste. Tácticamente, le hubiera convenido ganarse primero a la mayoría, y más tarde, imponer sin dificultades sus opiniones una vez obtenido el poder. O bien, dejarse sobornar por los poderosos cuando éstos temieran su influencia sobre la mayoría y negociar con ellos hasta lograr algunas concesiones para sus puntos de vista. Pero en lugar de ser tan sensato prefirió enseñar a su pueblo que la riqueza pertenece exclusivamente a Allah: la ilaha illallah.
Finalmente, el Islam aparece en Arabia cuando el país atravesaba una total decadencia moral. La ignorancia y la barbarie eran causa de toda suerte de crímenes y atropellos.
Rasulullah (s.a.s.) hubiera podido aprovechar la fama de su integridad para librar un combate reformador para purificar la sociedad y establecer su moral y sus costumbres. Sin duda, había en la Península árabe almas rectas hostiles a esa degradación a la que se habían sometido sus conciudadanos. Hubieran sostenido la acción purificadora de Muhammad, logrando así un eco favorable que hubiera despejado favorablemente el terreno para, al final, imponer también sus opiniones. Pero en lugar de aprovechar su autoridad moral, prefirió enseñar que el saber y la rectitud sólo están en Allah: la ilaha illallah.
Habibullah (s.a.s.) enseñó que había que transformarse. No le servían los criterios comunes ni vendió su mensaje a ninguna estrategia. Puso toda su confianza en Allah y se encauzó por los caminos que El le señalaba sin importarle los prejuicios de sus contemporáneos, sin someterse a la ‘prudencia’ de sus razonamientos, sin venderse nunca. No se acomodó’ a su tiempo ni a su espacio. Pero nunca dejó de ser ‘realista’: esencialmente, era sabio. Su sabiduría no emergía del asentimiento a lo que se aceptaba, sino de una conciencia profunda que abarcaba los datos y aspiraba siempre a Allah encontrando su espacio natural en la grandeza de la Existencia, en la Unidad de Allah
Publicar un comentario