Esta facticidad absoluta que nos ayuda a superar el Mal como algo inherente a la naturaleza.
Una de las cuestiones que más debates han suscitado entre los teólogos de diversas tradiciones es el del “problema del Mal”. Si se supone que el mundo ha sido creado por un Dios Todopoderoso y Bondadoso, ¿por qué hay Mal, como explicar la crueldad en la naturaleza, o el ensañamiento de unos hombres contra otros? Sin embargo, no encontraremos esta clase de planteamientos entre los teólogos musulmanes. Para los musulmanes, el Mal y el Bien no existen como abstracciones, son acciones concretas y reales.
Resulta ilustrativo darse cuenta de que en árabe clásico no existe una palabra para el Bien, entendido como una abstracción o un Absoluto. Existen dos palabras que suelen traducirse como “un bien”: jair (generosidad, abundancia. Lo que es jair se traduce socialmente en bienestar y armonía) y ma‘ruf (algo socialmente tenido por bueno). En ambas palabras, el bien no es un concepto sino una acción que se hace siempre en beneficio de alguien.
Como creyentes, no podemos negar que la maldad ha acompañado al hombre en todos sus trasiegos desde el principio de los tiempos. El mal forma parte de la Creación, y por tanto no puede ser contrario a la Voluntad de Al-lâh. Decir que Dios es el Creador del mal y que toda la destrucción que vemos a nuestro alrededor forma parte del mandato de Al-lâh, esto es un escándalo para la razón. Y sin embargo, este pensamiento ha acompañado a los musulmanes desde el principio del islam.
Por ello el musulmán no se lamenta de lo malo que le haya sucedido, ni lo juzga según sus pequeños parámetros de criatura. Lo sufre como criatura sometida, pero sin rebelarse o negar los hechos. Sabe perfectamente que todo proviene de Al-lâh y que Al-lâh es su destino, que no hay nada que escape a Su mandato. Existe una anécdota muy gráfica al respecto, protagonizada por el Sheij al-Alawi, uno de los grandes místicos del siglo XX, que es muy gráfica sobre este punto. Hubo un terremoto en Argelia, y el Sheij al-Alawi se paseaba entre los escombros con un misionero cristiano, quien, ante las imágenes de la tragedia, le preguntó: “¿Por qué creéis los musulmanes que Dios ha permitido que suceda esto?” A lo que el Sheij respondió: “Al-lâh no lo ha permitido; Al-lâh lo ha hecho”.
Esta facticidad absoluta que nos ayuda a superar el Mal como algo inherente a la naturaleza, y a verlo como algo concreto que debe combatir. Frente a la tentación de concebir un Mal y un Bien abstractos, el eje en torno al que gira el islam es a lo que en el Corán se le llama al-amr bil-ma‘rûf wa n-náhy ‘áni l-múnkar, ordenar el bien y prohibir el mal.
Todo musulmán debe ordenar el bien, lo cual quiere decir que este no esta en manos de los gobernantes, ni de una casta sacerdotal, sino que pertenece a la conciencia de todos los seres humanos. El islam nos invita a luchar, a no consentir la violación de derechos, ni los nuestros ni los de los demás. Se trata de mejorar todo lo mejorable, de hacer crecer lo bueno, de enseñar la rectitud, las nobles cualidades, la justicia, animar a la generosidad, tratar de que lo hermoso crezca, que lo noble impere, que lo sabio se imponga, que lo auténtico resplandezca. Se trata de que lo bueno no quede oculto sino que se expanda, en nosotros mismos y en cuanto nos rodea. Y se nos dice que es obligación del musulmán, prohibir el mal, es decir, combatir la injusticia, eliminar la mentira, hacer que desaparezca lo malvado, lo que daña o envilece al ser humano. Tolerar el mal, la mentira, el oscurantismo, la opresión, el hambre, la tortura, es signo de que el corazón está muerto y se hace incapaz de Al-lâh.
Al mismo tiempo, esta facticidad absolota nos impide abstraer el mal de nosotros mismos, proyectándolo en una entidad ajena. Tanto el mal como el bien forman parte de la Creación de Al-lâh. Están por tanto en cada uno de nosotros, sin que haya ninguna criatura libre de todo mal. Así pues, el mandato de ordenar el bien y prohibir el mal debe empezar por uno mismo.
Dijo el profeta Muhámmad (paz y bendiciones): “Quien de vosotros vea un mal que lo elimine con su mano, quien no pueda que lo haga con su lengua, y quien no pueda que lo maldiga en su corazón, y eso es lo menos que puede hacerse dentro de la fe”. El musulmán que sea testigo de un mal tiene la obligación inmediata de oponérsele con todas sus fuerzas, con su mano. Si no tiene medios materiales de acabar con él, que censure ese mal, que no calle. Si no puede hacerlo, que no permita que su corazón lo justifique o se acomode a él.
Y Al-lâh sabe más.
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