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lunes, 27 de enero de 2014

A propósito de la mujer en el Islam

 
Bísmil-lâhi r-rahmâni r-rahîm

Wa sallà llâhu wa sállama ‘alà sayidinâ Muhámmad 

Es necesario realizar algunas puntualizaciones a la luz del debate suscitado por la publicación del libro ‘La mujer en el Islam’ de Mohamed Kamal Mostafa. La polémica gira fundamentalmente en torno a la cuestión de la supuesta licitud de los malos tratos que se desprende de la lectura de algunas páginas en las que el autor describe el modo en que, según el Islam, debe golpearse a toda mujer que se rebela contra su marido. La cuestión queda zanjada afirmativamente por Mohamed Kamal Mostafa que se presenta a sí mismo como ‘teólogo’ musulmán cuya exposición iría respaldada por su condición de experto en la materia. Con ello abusa de la confianza de los musulmanes y hace un mal difícil de reparar.

Este irresponsable dice ser un imam autorizado, sin que nadie sepa por quién ha sido autorizado. Esperamos de corazón que no intente escudarse detrás de ningún título de al-Azhar o de cualquier otra universidad islámica porque sólo serviría para desprestigiar unos centros de enseñanza con larga historia en el Islam. En nuestra opinión, quien se acredita así parece hacerlo más por complejo -por no ser un cura, obispo o algo similar- que por otra cosa. Porque, ¿qué significa ‘imam autorizado’? Que sepamos, en el Islam no existe ninguna casta sacerdotal ni ninguna institución que confiera semejantes derechos, sin embargo ha ido diciendo por ahí que es ‘una de las dos personas autorizadas en el Estado español para interpretar el Corán’. Y mucha puede haberle creído. El desconocimiento de lo que es el Islam y la predisposición a aceptar mecánicamente todo lo que sea negativo sobre él facilita el camino a individuos que necesitan ser alguien en este mundo y están desesperados por ello. Si no fuera por la magnitud de la polémica que se ha desatado, sus ridículas pretensiones no merecerían el más mínimo comentario.

Todos los musulmanes sabemos que el Profeta (s.a.s.) es el intérprete válido del Corán. En eso consiste su Sunna, su Tradición. Somos musulmanes sunníes, es decir, aprendemos lo que significa el Corán del Profeta, cuya práctica y opinión está por encima de toda otra. ‘Aisha, su esposa, dijo de él que era el Corán andando, es decir, él era la imagen viva de ‘lo que quiere decir el Corán’. Todo musulmán aspira a conocer e imitar ese modelo, y no tiene por qué someterse a ninguna otra interpretación, y menos si contraviene lo que sabe a ciencia cierta del comportamiento de Muhammad (s.a.s.). Es él quien precisa -con su ejemplo (su Sunna)- el significado estricto y el alcance de cada frase coránica. Y tenemos una abundantísima información al respecto. No se puede prescindir en ningún momento de la Sunna si se quiere ser coherente. Desde esta perspectiva debemos analizar la cuestión de los malos tratos y no desde las consideraciones aberrantes del señor Mohamed Kamal Mostafa.

Hablar del Islam y su relación con las mujeres es muy difícil en un contexto predispuesto de entrada a identificar Islam y desvalorización de la mujer. Sin embargo, un estudio atento de la Sunna nos revela una actitud muy distinta en el Profeta (s.a.s.). Él se expresó diciendo que el mejor entre los musulmanes era el de comportamiento más amable hacia las mujeres, de lo que se deduce que el grado de un hombre en el Islam depende del modo en que enfoque esa relación. En sentido inverso, el peor de los musulmanes es quien no trata con respeto a las mujeres. En diferentes ocasiones repitió esas ideas. Y él mismo (s.a.s.) se propuso como ejemplo, añadiendo a su sentencia que él era el mejor de los musulmanes, es decir, el que mantenía una relación más amable con las mujeres, y efectivamente su Biografía es un cúmulo de confirmaciones de esa verdad. Tan relevante y definitivo es el tema que forma parte de uno de los últimos consejos que dio a la nación, constituyendo uno de los puntos eminentes de su legado. Y éstos son datos que están al alcance de todo musulmán, conocidos universalmente dentro del Islam, y es muy difícil hacer primar otras consideraciones, de las que sí quiere hacerse eco el señor Mohamed Kamal Mostafa, dispuesto a toda aberración, y que rebusca donde sea para confirmarse.

El Profeta prohibió radicalmente los malos tratos, tanto los que iban dirigidos contra las personas como incluso contra los animales, y los tratados de derecho islámico siempre han recogido esta prohibición, siendo el principio del buen trato a todos los seres una orden de obligada práctica para los musulmanes a menos que quieran traicionar principios sólidamente establecidos por la Sunna. Nadie jamás ha cuestionado esta regla. De forma gráfica, a lo largo de las anécdotas que se cuentan del Profeta, él iba prohibiendo alzar la mano contra determinadas partes del cuerpo: no se puede golpear a nadie, ya sean hombres, mujeres, niños o animales, en la cara, en las nalgas, en el vientre, en el pecho, etc. Cuando el señor Kamal habla de pies y manos como zonas en la que sería lícito golpear a alguien no es porque el Profeta lo autorizara si no porque no los mencionó en los hadices que nos han llegado. La obsesión por encontrar un sitio donde pegar es lo que conduce a ese eminente ‘teólogo’ a decir tonterías.

Debemos saber que el Profeta (s.a.s.) era y es Maestro de todos los musulmanes en sentido absoluto. Sus palabras tienen una fuerza extraordinaria y el cumplimiento con ellas era y es una exigencia rigurosa. Sus planteamientos radicales crearon tensiones en una sociedad acostumbrada a ver en la mujer un simple objeto. El Corán se hizo eco de la situación y rebajó las exigencias del Profeta (s.a.s.), pero esto debemos entenderlo correctamente. Rebajar esas exigencias era en atención precisamente al carácter definitivo que adquiría cada palabra que emitía el Profeta. Sucede lo mismo en otros casos. Su prohibición de los malos tratos excluía de la Comunidad al que levantara la mano contra cualquier musulmán, incluso dentro de la intimidad del hogar. Sin embargo, cuando el Corán matiza la prohibición del Profeta no lo hace para quitarle importancia. El Profeta (s.a.s.) no cumplió nunca con la licencia otorgada por el Libro -jamás alzó la mano contra ninguna de sus mujeres incluso en momentos de graves conflictos que siempre resolvió de manera admirable-, y esa suspensión práctica de la licencia por parte del Profeta suaviza hasta tal punto su significación que los estudiosos musulmanes a lo largo de la historia han encontrado muy problemático ese versículo (único en todo el Corán en lo referente al tema) pues no hay modo de llevarla a la práctica al no haber un modelo que la interprete.

La interrelación entre Corán y Sunna es absoluta. El intento por reconciliar la práctica del Profeta (que como ya hemos dicho es la única interpretación válida del Corán) con el Corán hace que quien lea los tratados de derecho clásicos se encuentre ante textos de una ingenuidad pasmosa: ya que el Profeta jamás golpeó a una mujer, sólo podría hacerse de un modo que se le causara el daño que le produciría el ser golpeada con una brizna de paja. Así es como se resolvió el tema, manteniendo la orden coránica dentro de los límites en que los interpreta la Sunna, la Tradición Práctica del Profeta, todo ello para aplicar el principio según el cual el Corán debe ser entendido con amabilidad, principio que no ha respetado el autor del librito ‘La mujer en el Islam’. De hecho, pues, no existe ninguna autorización para golpear a las mujeres, a menos que se quiera hacer el majadero golpeándolas con una brizna de paja. Aprovechar la ocasión de la ‘brizna de paja’ para teorizar sobre la licitud de los malos tratos es signo de algún tipo de demencia.

Con todo lo anterior sólo queremos sugerir que es necesario contextualizar cada pasaje coránico, comprender su dialéctica interna, su relación con una sociedad dada, y que es posible hacerlo dentro de su propia Tradición y con criterios que emanan de ella. De acuerdo a ello, los malos tratos están absolutamente proscritos en el Islam, ya sean físicos, psicológicos o morales, y tanto es así que, afortunadamente, fueron objeto de debate desde el principio de la historia del Islam -y no es una simple cuestión actual en coincidencia con sensibilidades modernas-. El derecho islámico resolvió el tema considerando los malos tratos hacia las mujeres como delito por el que se castiga al hombre y es causa de divorcio en favor de la mujer. Y la literatura islámica es rica en ejemplos, adelantándose con mucho a las inquietudes de nuestro presente.

Ya que existe la predisposición a considerar el Islam como contrario a la mujer, sabemos que estas consideraciones sólo serán tenidas como una alegación de última hora de unos musulmanes que no son ‘imames autorizados’. Efectivamente, no comulgamos con los desvaríos de Mohamed Kamal, porque el Islam no es para nosotros, ni mucho menos, los despropósitos que él quiere hacernos creer. No obstante, queremos señalar que nuestras conclusiones han sido entresacas de obras fundamentales del Islam, entre ellas el Fî Zilâl al-Qur’ân, de Sayyid Qutb, obra irreprochable que pocos se atreverían a juzgar de tendenciosa, y donde el autor nos habla de la importancia de la Sunna como contexto para una interpretación acertada y absolutamente tradicional dentro del Islam. Pero no es la sensatez lo que más abunda y esta regla la sigue a pies juntillas el presunto imam, que no es en el fondo más que un asalariado, un funcionario que no sabemos a quién pretende agradar o qué quiere conseguir. Una de las cosas más lamentables del Islam actual es el intento de creación de un cuerpo sacerdotal empleado por Estados que quieren controlar el Islam, caracterizado desde siempre por su falta de centralismo. La fuerza de la espontaneidad del Islam asusta a muchos, y es lo que se desea atajar.

El morbo de pertenecer a una élite siempre ha existido entre los seres humanos, y es algo que el Islam combatió y tuvo éxito hasta que los Estados modernos se han propuesto convertirnos en algo parecido a una religión oficial que sirva para adormecer las conciencias y desviar la atención. Creemos que eso es lo que guía realmente a personajes como Mohamed Kamal Mostafa, que se presenta como alguien ‘autorizado’ a explicarnos el Corán, cuando ya nos lo ha explicado suficientemente el Profeta y tenemos en él el único ‘ejemplo válido’. Si el señor Kamal realmente enseñara lo que significa el Corán seguramente estaría en las cárceles de su país de origen. Aquí lo tiene fácil: el desconocimiento le hace la cama.

Pero si hay algo aún más cutre en esta historia es que a personajes mediocres como el señor Kamal le salen imitadores que aplauden su ‘valor’. Sus epígonos locales ofrecen un espectáculo aún más lamentable y ridículo. Hombres que no pueden ser gran cosa se suben a ese carro que no va a ninguna parte, y quieren presumir de ‘autorizados’. Confirman a Kamal en su despropósito, con lo que hablan muy mal del nivel que tienen que tener. Hay demasiada gente en el Islam nacional que considera suficiente haber hecho algún cursillo en no se sabe dónde para pertenecer al nuevo gremio de los sacerdotes del Islam. Por el daño que hacen a gente de buena intención, sólo nos merecen como mejor calificativo el de irresponsables.

Yama‘a Islámica de Al-Ándalus

Sevilla, 25 de julio de 2000

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